Ya me tenía que dejar caer por aquí que mis lectores me aclaman. Bueno en realidad escribo no sólo porque tenga otra anécdota "misterbeaniana" que contar si no porque Rusia espera atenta cualquier cosa susceptible de ser contada por mí. Mi sorpresa: el público ruso me quiere. Sí, parece ser que esa visita esporádica de semana en semana proviene de la tierra en que no puedes mear en la calle borracho porque se te cae la verga cual estalactita. Para ello os dejo una foto del índice geográfico de visitas.
¿Eres de esas personas ecologistas? ¿De esos españoles que apaga la luz de los edificios públicos por tener más conciencia de ahorro energético que económico? ¿De esos que recicla y que no lava la ropa interior en un mes para no gastar luz y contaminar el planeta? Bienvenido a mi mundo, pero hay veces en las que reciclar es un beneficio más que algo perjudicial y si no atentos.
Todo comenzó una tranquila mañana de un jueves. En un intercambio de clase me acerqué al Mercadona a comprar algo, ya que después no me da tiempo ni de hacer la compra y el fin de semana queda aún lejos. Así, me dispuse a comprar un litro de leche y unos cereales para tener desayuno al día siguiente y una barra de pan para la cena. También me pillé algo para picar.
Llegó el momento de pagar y es el típico instante de "¡Mierda!, otra vez se me han olvidado las putas bolsas", y claro todos pensamos "Puf, ahora tengo que gastar por gilipollas". Porque anda que no duele cuando esa cajera ve todo lo que llevas, te mira a los ojos y te dice con una mano ya puesta en las bolsas lista para darte una, "¿Vas a querer bolsas?". Porque ella te lo pregunta crecidita y con cierta mala leche dando por echo que la vas a necesitar así porque sí. Pero como me gusta cuando llevo unas y le digo "No, ya tengo". Bueno el caso que esto se produce 1 vez cada 50 y el caso es que como gilipollas no te queda más remedio que comprar las bolsas. Si es que ir al supermercado es el agujero de nuestra economía, porque céntimo a céntimo... Y no te digo ya la costumbre de las famosas cajeras del Día que te dan unas vueltas que son de un universo paralelo a este porque cuando cuentas el dinero, sin saber cómo, descubres que faltan céntimos, si es que no te sueltan ese muy común "Te debo 4 céntimos" y tan panchas. El caso es que no duele nada gastar esos cinco céntimos en una puta bolsa por tener una memoria de mierda, y no te cuento si ya tienes que gastarte 10 porque llevas dos.
Pero aparte del coraje de gastar por gastar, a mi el comprar bolsas no me va desde que descubrí que el plástico tarda 1000 años en degradarse, y que delfines, peces, aves, y fauna en general muere por nuestra culpa. Después de este emotivo momentazo ¡Oh! comienza mi desdicha.
Compré, y a pesar de que mis acompañantes me preguntaron "¿No vas a coger bolsa?", no llevé bolsa alguna tras responder muy chulito y "pro" con un claro "Paso de contaminar para tres cosas tío". Así, llevé mi barra de pan, mi litro de leche y mis cereales en brazos.
Llego al edificio donde estudio. El edificio es algo moderno y sus estructuras aprovechan la luz natural. No, no vivo con Bambi aunque sea todo muy ecológico. En todas las plantas hay un hueco que permite a una cristalera de cinco pisos iluminar parte del interior. La cafetería cuenta con otra cristalera en frente de la gran cristalera del exterior. Una compañera va a pedirse un café y tarda siglos en llegar. Cargando con mi compra y desesperado me inclino a ver dónde se ha metido a través del cristal de la cafetería sacando medio cuerpo por la baranda del primer piso. En ese justo momento el tiempo comienza ralentizarse más de la cuenta. La barra de pan se desequilibra y lo que llevo de comida para tomar en breve se tambalea poco a poco. Cuando está apunto de pasar lo peor consigo salvar del destino trágico mi segundo desayuno. Y es que en la planta baja, en ese hueco de la cristalera, hay una réplica de una polea antigua y un cuadro expuestos. Pero el tiempo se vuelve a ralentizar. El litro de leche se desliza suave y lentamente por el cartón de los cereales. Las manos las tenía ocupadas y acaba de recuperar el equilibrio con lo que la leche sobrepasa el borde del cartón y comienza a caer. Mis pupilas se dilatan, un sensación de fuego y temblor invade mi cuerpo en cuestión de milésimas de segundo, uno de mis brazos intenta coger una leche que va al carajo y camino del hostión más perfecto que haya existido, y comienza a sonar en mi cabeza "Lacrimosa" de Mozart. Ese tetrabrick de leche en 3D y cámara lenta enseñando caras, vértices y aristas... Aquello parecía la caída libre de la estratosfera del Felix Baumgartner pero esta vez no había dudas de que iba a explotar cuando llegara a tocar tierra.
Efectivamente. Aquel litro de leche revienta por todo lo alto al producirse la abertura del culo del tetrabrick, y lo hace nada más y nada menos que encima de la réplica antigua de la polea que se encontraba en el piso bajo. Un enorme charco, de proporciones desmedidas como no os podéis imaginar inunda todo el suelo, y por efecto de la explosión, las paredes enteras quedan salpicadas y con ellas un cuadro cedido por una institución que no voy a revelar. Bajo corriendo y pido ayuda a los compañeros que presenciaron aquello y que no daban crédito a lo que habían visto mientras estaban bajo efecto de un ataque de risa. Bajo a limpiar por miedo a represalias por parte del centro y por miedo a que profesores y alumnos me llamen gilipollas y me señalen con el dedo, una sonrisa y recordándome como el idiota "revientaleches" de por vida. Ante falta de fregona y trapo, me veo en la obligación de limpiar con mi propia camiseta el cuadro y la polea como si no hubiera mañana. ¡Me cago en la leche! ¿Cómo elimino el resto del charco, que podría perfectamente ser Bahía Blanca? Tras siete u ocho minutos esperando una fregona viene uno de mis compañeros riéndose y dándome una de las cosas que no creería que iba a querer tanto en mi vida. Justo cuando salen los de otros cursos de clase acababa de limpiar todo y dejando un magnífico olor a leche en todo el pasillo.
Así que si no quieres que desgracias como estas ocurran en tu vida. No seas yo pero por si acaso nunca rechaces comprar una bolsa y optes por llevar cosas en los brazos. El mundo depende de muchos, tu honor sólo de ti. Ahí está la respuesta al porqué de comprar bolsas.
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